Cada vez es más evidente que en realidad no hay ni han habido modelos
únicos y dominantes de ciudad. Mientras se creía en la hegemonía de la
ciudad occidental, todas las demás culturas –orientales, árabes,
americanas– habían desarrollado sus propias estructuras urbanas. El
urbanismo racionalista de los CIAM constituyó el momento más intenso de
esta voluntad eurocentrista de implantar un modelo único,cartesiano y
productivista.
Incluso Aldo Rossi en La arquitectura de la ciudad (1966) construyó su teoría a partir del reduccionismo de entender la ciudad histórica europea como el único modelo. En la realidad, cada ciudad se ha ido construyendo a partir de choques y superposiciones de distintos modelos; incluso, muchas veces, lo que se realiza es una versión degradada y especulativa de las propuestas teóricas. En las últimas décadas, las denominaciones que la disciplina urbana ha lanzado para identifi car los fenómenos metropolitanos han aumentado, aunque éstas no hayan sido muy capaces para caracterizarlos y transformarlos.
La ciudad-collage de Colin Rowe, el manhattanismo y la ciudad genérica de Rem Koolhaas, las edge cities de Joel Garreau o la metápolis de François Ascher, han sido califi cativos atractivos y clarividentes que han sido capaces de detectar síntomas dominantes, pero que sólo consiguen caracterizar una parte o una de las direcciones de la creciente complejidad metropolitana.
La teoría urbana es ya necesariamente fragmentaria y debe abandonar toda premisa reductiva y unifi cadora; debe partir de la certeza de que los problemas de las grandes ciudades son sólo aparentemente comunes: las preexistencias de las estructuras urbanas y las alternativas son múltiples y diversas.
La necesidad de interpretaciones nuevas es puesta en evidencia no sólo por la acelerada transformación de la realidad urbana y territorial sino también por la crisis de las teorías urbanas convencionales y unitarias que parten de la arquitectura, cada vez más arrastradas por la dinámica desarrollista de los operadores urbanos y por el crecimiento especulativo de las ciudades. Ello concuerda con la reaparición de propuestas urbanas que fueron silenciadas. Todas las interpretaciones críticas de Lewis Mumford renacen ahora con más fuerza; desde Técnica y civilización (1934) hasta El mito de la máquina (1967).
Las propuestas urbanas de Wright, marginadas por su ambigüedad, vuelven a ser repensadas desde Broadacre City hasta The Living City revisando críticamente qué hay en sus visiones urbanas de rescatable y qué hay de anuncio de las ciudades americanas actuales a base de autopistas y casas individuales; en qué medida las propuestas utópicas fueron manipuladas para promover los suburbios-jardín y los barrios cerrados. En Cataluña se consolida una visión crítica del urbanismo convencional, iniciada por Joan Martínez Alier en libros como La ecología y la economía (1991) y De la economía ecológica al ecologismo popular (1992), y continuada por Eduard Masjoan en La ecología humana en el anarquismo ibérico. Urbanismo orgánico ecológico, neomalthusianismo y naturalismo social (2000), en el que se reivindica la tradición del urbanismo anarquista y naturalista que fue anulado por el desarrollismo y maquinismo de Le Corbusier y el GATEPAC. La escuela de Los Angeles (liderada por Mike Davis) ha generado una nueva sociología urbana, desmitifi cadora e hipercrítica.
La teoría urbana actual, tan desorientada, debe transformarse para ser capaz de integrar las nuevas visiones críticas y tangenciales de la antropología urbana de Marc Augé, de la estética de la velocidad de Paul Virilio, de la radical crítica sociológica de Mike Davis, Norman M. Klein y Leonie Sandercock, de la reivindicación desde la ciudadanía hecha por Richard Sennet y Jordi Borja, o de la experimentación del urbanismo de las densidades de Manuel de Solà-Morales. De la misma manera, se ha de poner a prueba en propuestas concretas que contrarresten el pragmatismo y mercantilismo de la construcción real de las grandes ciudades.
Al mismo tiempo, harían falta varios Benoît Mandelbrot que, tal como hizo él en la física defi niendo las nuevas geometrías fractales, fuesen capaces de rescatar en el urbanismo todos aquellos fragmentos dispersos, propuestas marginadas por el urbanismo depredador, pequeñas utopías sepultadas bajo el asfalto, experiencias alternativas ahogadas en las manchas expansivas del aceite urbano, que ahora deberían ser reinterpretadas en una dinámica de revisiones y sinergias. Tal como hizo la cultura del Renacimiento y tal como es genuino de la condición posmoderna, se trata de reinterpretar crítica mente el pasado, analizando fragmentos olvidados, para poder formular un radical renacimiento del futuro.
A la teoría urbana le faltan nuevas herramientas y un nuevo espíritu crítico que, sin banalizar y olvidar su propia tradición, sea capaz de proponer alternativas desde nuevas posiciones: la aportación de las visiones e interpretaciones de las mujeres, superando una teoría urbana hecha exclusivamente desde la mentalidad masculina; el reconocimiento del peso de la intervención de los inmigrantes y de las minorías étnicas en la transformación real de las metrópolis; la atención a los movimientos alternativos, que van siendo paulatinamente integrados o silenciados; la interpretación de las alteraciones urbanas de todo tipo que generan las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación; la visión de la ciudad y el territorio como un dinámico sistema de redes, relaciones y fl ujos; la búsqueda de un urbanismo orgánico, vivo y sostenible. Si el urbanismo clásico, esta disciplina que se generó con la cultura urbana del siglo XIX, no es capaz a principios del siglo XXI de transformarse de manera radical y crítica, con teorías abiertas y fl exibles, complejas y multidisciplinarias, acordes con los nuevos paradigmas culturales, no sólo va a quedar arrinconado por otras disciplinas emergentes sino que quedará más marginado por la fuerza arrolladora de la construcción real de las ciudades.
12 de diciembre de 2000
Incluso Aldo Rossi en La arquitectura de la ciudad (1966) construyó su teoría a partir del reduccionismo de entender la ciudad histórica europea como el único modelo. En la realidad, cada ciudad se ha ido construyendo a partir de choques y superposiciones de distintos modelos; incluso, muchas veces, lo que se realiza es una versión degradada y especulativa de las propuestas teóricas. En las últimas décadas, las denominaciones que la disciplina urbana ha lanzado para identifi car los fenómenos metropolitanos han aumentado, aunque éstas no hayan sido muy capaces para caracterizarlos y transformarlos.
La ciudad-collage de Colin Rowe, el manhattanismo y la ciudad genérica de Rem Koolhaas, las edge cities de Joel Garreau o la metápolis de François Ascher, han sido califi cativos atractivos y clarividentes que han sido capaces de detectar síntomas dominantes, pero que sólo consiguen caracterizar una parte o una de las direcciones de la creciente complejidad metropolitana.
La teoría urbana es ya necesariamente fragmentaria y debe abandonar toda premisa reductiva y unifi cadora; debe partir de la certeza de que los problemas de las grandes ciudades son sólo aparentemente comunes: las preexistencias de las estructuras urbanas y las alternativas son múltiples y diversas.
La necesidad de interpretaciones nuevas es puesta en evidencia no sólo por la acelerada transformación de la realidad urbana y territorial sino también por la crisis de las teorías urbanas convencionales y unitarias que parten de la arquitectura, cada vez más arrastradas por la dinámica desarrollista de los operadores urbanos y por el crecimiento especulativo de las ciudades. Ello concuerda con la reaparición de propuestas urbanas que fueron silenciadas. Todas las interpretaciones críticas de Lewis Mumford renacen ahora con más fuerza; desde Técnica y civilización (1934) hasta El mito de la máquina (1967).
Las propuestas urbanas de Wright, marginadas por su ambigüedad, vuelven a ser repensadas desde Broadacre City hasta The Living City revisando críticamente qué hay en sus visiones urbanas de rescatable y qué hay de anuncio de las ciudades americanas actuales a base de autopistas y casas individuales; en qué medida las propuestas utópicas fueron manipuladas para promover los suburbios-jardín y los barrios cerrados. En Cataluña se consolida una visión crítica del urbanismo convencional, iniciada por Joan Martínez Alier en libros como La ecología y la economía (1991) y De la economía ecológica al ecologismo popular (1992), y continuada por Eduard Masjoan en La ecología humana en el anarquismo ibérico. Urbanismo orgánico ecológico, neomalthusianismo y naturalismo social (2000), en el que se reivindica la tradición del urbanismo anarquista y naturalista que fue anulado por el desarrollismo y maquinismo de Le Corbusier y el GATEPAC. La escuela de Los Angeles (liderada por Mike Davis) ha generado una nueva sociología urbana, desmitifi cadora e hipercrítica.
La teoría urbana actual, tan desorientada, debe transformarse para ser capaz de integrar las nuevas visiones críticas y tangenciales de la antropología urbana de Marc Augé, de la estética de la velocidad de Paul Virilio, de la radical crítica sociológica de Mike Davis, Norman M. Klein y Leonie Sandercock, de la reivindicación desde la ciudadanía hecha por Richard Sennet y Jordi Borja, o de la experimentación del urbanismo de las densidades de Manuel de Solà-Morales. De la misma manera, se ha de poner a prueba en propuestas concretas que contrarresten el pragmatismo y mercantilismo de la construcción real de las grandes ciudades.
Al mismo tiempo, harían falta varios Benoît Mandelbrot que, tal como hizo él en la física defi niendo las nuevas geometrías fractales, fuesen capaces de rescatar en el urbanismo todos aquellos fragmentos dispersos, propuestas marginadas por el urbanismo depredador, pequeñas utopías sepultadas bajo el asfalto, experiencias alternativas ahogadas en las manchas expansivas del aceite urbano, que ahora deberían ser reinterpretadas en una dinámica de revisiones y sinergias. Tal como hizo la cultura del Renacimiento y tal como es genuino de la condición posmoderna, se trata de reinterpretar crítica mente el pasado, analizando fragmentos olvidados, para poder formular un radical renacimiento del futuro.
A la teoría urbana le faltan nuevas herramientas y un nuevo espíritu crítico que, sin banalizar y olvidar su propia tradición, sea capaz de proponer alternativas desde nuevas posiciones: la aportación de las visiones e interpretaciones de las mujeres, superando una teoría urbana hecha exclusivamente desde la mentalidad masculina; el reconocimiento del peso de la intervención de los inmigrantes y de las minorías étnicas en la transformación real de las metrópolis; la atención a los movimientos alternativos, que van siendo paulatinamente integrados o silenciados; la interpretación de las alteraciones urbanas de todo tipo que generan las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación; la visión de la ciudad y el territorio como un dinámico sistema de redes, relaciones y fl ujos; la búsqueda de un urbanismo orgánico, vivo y sostenible. Si el urbanismo clásico, esta disciplina que se generó con la cultura urbana del siglo XIX, no es capaz a principios del siglo XXI de transformarse de manera radical y crítica, con teorías abiertas y fl exibles, complejas y multidisciplinarias, acordes con los nuevos paradigmas culturales, no sólo va a quedar arrinconado por otras disciplinas emergentes sino que quedará más marginado por la fuerza arrolladora de la construcción real de las ciudades.
12 de diciembre de 2000